Yuyaychacuna

abril 12, 2007

La Iglesia Sudafricana y el Apartheid I


“Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas”
Jesucristo

Hace pocos días leía un ensayo acerca de la vida y la obra de Antonio Rosmini,1 un sacerdote católico que vivió durante el siglo XIX. Después de su muerte en 1895, su obra fue condenada por el Santo Oficio al considerar que parte de su trabajo no se conformaba a la verdad católica. Fue Juan Pablo II quien durante su pontificado levantó el veto que había en contra de Rosmini y su obra.

Los intereses académicos de Rosmini no estaban en temas religiosos sino políticos, económicos y sociales. Su principal preocupación era la defensa de los derechos individuales y de propiedad. Él consideraba que las leyes y el estado deben proteger los derechos de los ciudadanos sin invadir su libertad individual, permitiéndoles ejercer de manera legítima su libre albedrío. La legitimidad del derecho inalienable sólo queda restringida por la ley moral y el respeto al derecho de los demás.2 El autor del ensayo clarifica la definición de la palabra “derecho” citando a Isaiah Berlin, el famosos filósofo político, cuando dijo: “[El derecho] es el área dentro de la cual el sujeto (o el derecho)… es o debe ser dejado para que haga o sea lo que es capaz de ser o hacer, sin la interferencia de otras personas.”3

El respeto a la persona humana, y la consideración inalienable de su dignidad, libertad y libre albedrío son factores que una y otra vez hemos olvidado y pisoteado durante nuestra corta y sangrienta historia. Este respeto inviolable debería estar inmerso en nuestra antropología y deberíamos resaltarlo en nuestra teología y praxis eclesial. Sin ir más lejos, la dignidad humana se puede inferir en la relación de Dios con Adán y Eva en el jardín del Edén, en la encarnación de Jesucristo y en su muerte sustitoria, en donde Dios valora cada ser humano como digno de tamaño sacrificio; y también en muchos otros pasajes que señalan con claridad que el Señor estima sobremanera a las criaturas creadas a su imagen y semejanza.

En un breve ensayo escrito en los setentas, Francis A. Schaeffer4 comenta acerca del peligro de considerar al hombre como un mero accidente de la naturaleza que puede ser manipulado sin ningún reparo por su individualidad y valor trascendente. Él afirma que es necesario considerar al hombre y a la mujer como seres autónomos, que aunque dependen y forman parte de la naturaleza y de la trama social, ellos también son capaces de tomar sus propias decisiones y cambiar el rumbo de sus vidas para bien o mal. Él dijo: “El hombre no sólo es producto de ciertos condicionamientos [sociales o científicos]. El hombre tiene una mente; él existe como un ego, una entidad que se levanta y se puede distinguir de su ‘máquina’ corporal.”5

Si no reforzamos esta visión sagrada del respeto de cada vida humana desde la más débil a la más fuerte, desde su concepción hasta su muerte, desde sus más profundas semejanzas hasta sus más grandes diferencias, entonces estamos en peligro de caer en el error de creernos superiores o inferiores frente a otros seres humanos. Y las consecuencias que ambos pensamientos extremos traen consigo son funestas y han causado dolor, sangre y lágrimas a muchas generaciones de seres humanos.

Podría seguir argumentando teóricamente ad infinitum con respecto a este tema, pero prefiero tomar un caso y poder desarrollarlo para poder descubrir sus componentes teóricos y también prácticos. Yo considero que el caso de Sudáfrica y su victoria sobre el Apartheid es digno de estudio. En este ensayo procuraré hacer un breve análisis de la coyuntura política, social y eclesiástica que dieron lugar a la creación del sistema racista para luego observar las diferentes respuestas de la iglesia durante ese tiempo. Finalmente, haré un breve análisis de la figura de Desmond Tutu, el arzobispo anglicano quien es una figura clave en la historia reciente del país africano.